domingo, 29 de noviembre de 2015

EL VALOR DE LA DEBILIDAD



"Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es mi debilidad"
2 Corintios 11:30

 Hay dos clases de pecados contra Dios:

1.- Pecados morales, que son todos los que atentan contra la santidad;
2.- Pecados de rebelión, que son todos los que atentan contra la autoridad de Dios;

Los pecados morales tiene que ver con el cuerpo y con la mente, y son relativamente fáciles de restaurar cuando son confesados después de un verdadero arrepentimiento. Pero la rebelión reside en el corazón del hombre, el lugar que ha elegido Dios para establecer su templo y que, sin embargo, el ser humano ha tomado para sí mismo y para levantarse su propio altar. Por eso, el gran pecado de la humanidad es la egolatría y la soberbia.

En el versículo que da comienzo a esta reflexión, vemos como el apóstol Pablo es consciente de esta tendencia del ser humano por retener la gloria que sólo a Dios le corresponde, y se da cuenta de que el único espacio donde es posible establecer una atmósfera de adoración a Dios en Espíritu y en Verdad es en la debilidad. Un hombre fuerte en sus riquezas, en su juventud, en su fortuna, no necesita a Dios y no busca a Dios. El hombre huye de Dios porque la presencia de Dios debilita al hombre. Por eso, los hombres sólo buscan a Dios cuando viven situaciones desesperadas. La oración que Dios escucha es la oración que nace de la entraña del hombre, de la angustia. Así ocurrió con Nehemías, cuando supo de los muros derribados y de las puertas quemadas; así le ocurrió a Jonás, hundido sin esperanza en la panza del gran pez; así le ocurrió al rey Ezequías, cuando recibió las cartas de amenaza de invasión del rey de Asiria. Hasta Jesucristo, en su condición humana, estuvo sumido en agonía y angustia en medio de su propia debilidad.

 Ahora observa:

1.- Dios aprecia extraordinariamente las acciones del hombre que provocan su propia debilidad. Levantarte en la madrugada a orar te lleva a debilidad; ayunar te lleva a debilidad; buscar a Dios de rodillas te lleva a debilidad; dedicar el tiempo a leer la Palabra de Dios te lleva a debilidad; la aflicción que trae la obediencia te lleva a debilidad; resistir las tentaciones te lleva a debilidad. Dios ama especialmente al hombre que no espera que las circunstancias le lleven a Dios, sino que él mismo crea espacios de debilidad para encontrarse con Dios.

 2.- La debilidad es el antídoto contra la soberbia, el orgullo, la altivez, la autosuficiencia y la autodependencia. Un hombre débil no trata de imponer sus criterios ni sus opiniones. Un hombre débil escucha. Un hombre débil se somete. Un hombre débil entiende y asume la postura de otro. Un hombre débil no tiene más remedio que buscar fuerzas fuera de sí mismo. Dios ama especialmente al  hombre que se vacía de sus fuerzas para buscar las fuerzas de Dios.

3.- La debilidad y el vacío son los instrumentos que Dios usa para proveernos sus fuerzas y llenarnos de lo suyo. En nuestra más profunda debilidad, tan sólo nos quedarán energías para someternos a lo de Dios, ir a Su Presencia en obediencia y esperar que Él supla lo que nosotros no tenemos y lo que ya no podemos darnos a nosotros mismos. Dios ama especialmente al hombre que se vacía de sí mismo para llenarse de lo del cielo.

4.- Cuánto mayor es la debilidad, mayor es la manifestación de la gloria de Dios. Cuánto menos queda de nosotros más hay de Dios. Por eso el apóstol dijo YA NO VIVO YO, MÁS CRISTO VIVE EN MI. Dios ama especialmente al hombre que ofrece su vida para que sea llena de la gloria de Dios.

 5.- Cuánto mayor es la debilidad, mayor es el poder de Dios. En la segunda carta a los corintios, capítulo 12, versículo 9, dice el Señor al apóstol Pablo QUE SU GRACIA DEBÍA BASTARLE EN MEDIO DE SUS DEBILIDADES POR CUANTO SU FUERZA SE REALIZA EN MEDIO DE SU DEBILIDAD. Cuánto menos poder tenemos en nosotros mismos más poder de Dios está a nuestro alcance. Dios ama especialmente al hombre que renuncia a su poder  humano y abandona su propósito para desarrollarse en el poder de Dios y alcanzar el propósito eterno.


Una vida digna del sacrificio de Cristo necesariamente busca la renuncia de lo propio.

Francisco Rubiales Ministerio Evangelístico


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